¿Sabías que los bosquimanos pueden rastrear una presa a lo largo de 25 kilómetros? La genética ha demostrado que somos la especie mejor adaptada a correr (y resistir) largas distancias. Pero este don ‘maratoniano’ serviría de poco sin la destreza para el rastreo de animales. Esta habilidad o conocimiento, que tanto apasiona a unos y desespera a otros, siempre inaugura la caza y en ocasiones —si el disparo no encuentra la testa, el corazón o los pulmones de la res— incluso debe clausurarla. La cursiva no es gratuita: miles de piezas disparadas jamás se recuperan, con la consecuente desazón del cazador, sufrimiento del animal y desperdicio de recursos.

En el rececho de especies y otras modalidades, el rastreo adquiere una dimensión especial. Es un quehacer lento y esforzado, y no todos los aficionados alcanzan a interpretar las huellas, los restos de sangre y otros signos que, en definitiva, hay que saber ‘leer’ en terrenos pedregosos, llenos de maleza y nada parecidos al lienzo arenoso sobre el que se representan las pisadas de las guías y libros ilustrados.

Con frecuencia, el disparo da paso al capítulo final de la cacería. Que seis, doce o más horas de jornada merezcan la pena depende de que, al seguir un rastro en el bosque, la dehesa o el monte, se logre cobrar la pieza herida. Solo entonces, trofeo en mano, se da por finalizada la partida de caza.

¿Cómo rastrear animales durante una cacería?

Para rastrear o pistear la res, una información clave está contenida en las huellas del jabalí, el venado, el rebeco o el mamífero objetivo. Aunque el paso y la edad del animal influyen en la profundidad y forma de la pisada, esta podrá reconocerse gracias a una serie de rasgos distintivos de su especie. Así, los corzos depositan una huellas en forma de corazón inverso, muy pequeñas, con ocasionales puntos en la parte inferior si la blandura del terreno les permite apoyar la pezuña trasera.

Por su parte, el ciervo deja a su paso unas marcas oblongas de unos 7 cm, con dos áreas puntiagudas en la parte delantera. Las del jabalí, en cambio, pueden superar los 8 cm y se componen de dos secciones mayores en la parte frontal y dos menores en la trasera, correspondientes a las pezuñas de cada pata.

Significativamente más pequeñas son las pisadas del rebeco, de 5 cm o menos, formadas por dos muescas separadas que presentan en conjunto pisadas más alargadas que las del ciervo. Aunque difícil, el desafío de identificar estas huellas de animales está al alcance del aprendiz, si persevera y es constante en este campo de estudio.

El rastreo y cobro de la pieza disparada, una cuestión ética

A diario se publican selfies e instantáneas de cazadores posando con ciervos, muflones o jabalíes, trofeos bien ganados que despiertan admiración y sana envidia. Pero este feliz desenlace no tendría lugar si el aficionado desconoce cómo rastrear animales. Esta habilidad debe perfeccionarse no por una cuestión de ego o de materialismo, sino de ética. Es la ética venatoria la que exige el cobro del animal disparado.

En general, el cazador se rige por un código ético y medioambiental, del que hace gala en todo momento, en batidas y monterías en España. Además de estimar y valorar las especies cinegéticas, el practicante siente hacia ellas un profundo respecto, casi una veneración. Y evitarles el sufrimiento durante el lance es una prioridad.

Si los disparos no alcanzan los órganos vitales de la presa, esta emprenderá la huida, desangrándose por el camino y muriendo, las más de las veces, de forma lenta y agónica. El cazador no ha de reprocharse la imprecisión del disparo, pero sí el abandono de las labores de rastreo y recuperación del animal. Incluso si estas se demoran tanto no es posible dar el golpe de gracia a la pieza, su hallazgo es suficiente: porque su muerte no habrá sido en vano, sino que habrá formado parte del ciclo natural y sostenible de la depredación.